Quijote

Quijote

lunes, 11 de junio de 2007

Teme al viento como un cuchillo,
espera de los demás lo que los demás no esperan
de si mismos, teme al sol, teme
al vacío de su soledad, teme
a la paralisis. teme a la muerte.

A la inacción de la muerte.

Su miedo es tan grande, su horror
tan monstruoso y convulsivo.

La música le hace temblar y también
las raíces y las lágrimas y las lágrimas
de sus lágrimas.

Hoy decide ser un edificio
una especie de rascacielos
anudado en sus paredes eternas,

Un murallón descascarándose
con ínfulas de desperdicio
y olor a cebollas.

Teme a su altura sobrepuesta
a esa mitad de niño
que desenfunda como un revolver añejo

Teme a su poesía
porque sola se escribe
alimentando los opuestos
entre batallón o ancla.

Hoy decide que no decidirá
nada, que es muy pronto
para ser muy tarde.

Teme a las inexactas variaciones
de su ojo, a las dubitativas formas
de su inteligencia.

Teme a la mudez del resplandor
atisbado en los cubiertos,
a la deforme cara reflejada
en la cuchara
cuando sopea desconsuelo
y alegría.

La música le hace temblar y también
las raíces y las lágrimas y las lágrimas
de sus lágrimas.

Teme más por ser plantígrado
por ser cetáceo cuando se encoge
; más por ser obtuso
por estornudar por desnudar muñecas
por no tener dientes.

Su miedo es tan grande
su color tan callado
su orilla tan vasta.

Y se oculta del temor
en los escarbadientes
en las planchas de vapor
en los dentistas, en los
notarios, en los ministros,
en los neumáticos horrorosos;
detrás de cristo, detrás
de Dios mío,
con una comodidad de santo.

Teme a lo que viene
porque no llega.

A lo que llega, teme
con autoridad de músculo,
de soprano,
de vértigo.

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